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16 septiembre 2025
Septiembre trae de vuelta los madrugones, los deberes… y también el momento de decidir en qué ocupar las tardes. Entre las opciones más habituales, inglés, fútbol, música… Pero hay una disciplina que cada vez gana más protagonismo y que, sin embargo, sigue sorprendiendo a muchos padres, las artes marciales.
Lejos de la imagen cinematográfica de combates espectaculares, en la realidad la primera lección que se enseña no es cómo golpear, sino cómo saludar, cómo respetar al compañero y cómo controlar la propia fuerza. Este ritual inicial es la antesala de algo mucho más profundo, aprender a combinar movimiento y autocontrol, disciplina y diversión.
La verdadera lección no está en el combate
Es cierto, cuando pensamos en disciplinas como el kárate, el judo o el taekwondo, la mente vuela a escenas intensas, agresivas y competitivas. Pero la magia verdadera de las artes marciales para niños está en otros detalles, más cotidianos, menos ruidosos, como la respiración consciente, el aprender a caer y volver a levantarse o la coordinación para reaccionar con calma. Y, sobre todo, en cómo desde el primer instante se inculca que el respeto y la disciplina son tan importantes como cualquier técnica aprendida.
En la práctica, quienes trabajan con grupos infantiles coinciden en que los beneficios se notan pronto, mejora la resistencia física, el equilibrio, la flexibilidad y, quizá lo más importante, la forma en que los niños gestionan su energía y su conducta. Los cambios son aún más evidentes en aquellos que, al principio, tenían más dificultades para concentrarse o adaptarse al grupo.
¿Y si el miedo al contacto fuera el principal obstáculo? Desde FUJIMAE, con años de experiencia trabajando junto a escuelas y clubes de artes marciales, explican que la clave para introducir a los niños en estas disciplinas es hacerlo a través del juego. “En edades tempranas, lo más importante no es la técnica perfecta, sino que se sientan seguros, que disfruten y aprendan a moverse con confianza”, señalan. Para ello, recomiendan un enfoque progresivo, con ejercicios adaptados que permitan explorar distintas artes marciales, desde el kárate o el taekwondo hasta el judo o el kung-fu, y siempre con medidas de seguridad como tatamis, protecciones y dinámicas pensadas para minimizar el riesgo. El objetivo, insisten, es que los niños asocien la práctica con diversión y superación personal, no con miedo o tensión.
Los ingredientes son sencillos, casi obvios, un profesor que sepa motivar, que transmita los valores y convierta cada sesión en una experiencia de aprendizaje. Que entienda cuándo exigir, cuándo animar y cuándo dejar espacio para que cada niño descubra sus propias capacidades. Ahí es donde se produce el clic, el salto del “lo hago porque debo” al “lo hago porque me encanta”.
Más allá del entrenamiento físico, las artes marciales transmiten valores que acompañan a los niños dentro y fuera del tatami. Enseñan a canalizar la energía, a convertir la constancia en hábito, a ganar confianza en uno mismo y a mantener el autocontrol incluso en momentos de tensión. Para muchos padres, esta combinación de actividad física y formación en valores es la razón por la que eligen estas disciplinas como parte de la rutina extraescolar de sus hijos.
Más que un deporte, aprenderán a esquivar un golpe literal y figurado
Quizá la cuestión no sea si las artes marciales están de moda, sino si somos conscientes del valor que tienen más allá del tatami. Hoy, con una oferta de actividades extraescolares más amplia que nunca, estas disciplinas proponen algo distinto, aprender a frenar antes de actuar, aceptar las reglas como parte del juego y medir la fuerza para no dañar. Igual que la música o los idiomas, las artes marciales pueden formar parte de una educación completa, aportando un tipo de aprendizaje que ninguna otra actividad ofrece, el de mantener la serenidad incluso cuando todo alrededor parece moverse demasiado rápido.
Y quizá ahí esté el verdadero valor, no solo enseñar a defenderse, sino a afrontar los retos de la vida con equilibrio, respeto y confianza. Tal vez la pregunta que debamos hacernos no sea si practicar artes marciales es útil, sino si estamos dando a nuestros hijos e hijas las herramientas necesarias para encajar los golpes y seguir adelante con la cabeza alta.
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